El latido de Puerto Rico, entre aplausos y críticas
By Anamary Cruz, President y Founder Clinical Social Worker and University Professor
Puerto Rico vive un momento histórico cada vez que Bad Bunny sube al escenario en nuestra isla del encanto. Como puertorriqueños, reconocemos en cada acorde de la plena y en cada compás de la bomba, ritmos ancestrales que él integra magistralmente en su sonido urbano. Es esta fusión la que, a nivel global, nos hace sentir la calidez y el sabor de nuestra cultura, un pulso vibrante que trasciende fronteras y convierte cada concierto en una celebración de nuestra identidad.
Sin embargo, la magnitud de estos eventos también ha suscitado debate. Algunos aplauden la exposición internacional de nuestro legado cultural, mientras que otros advierten sobre el impacto en la infraestructura y el medio ambiente local. Cada crítica plantea inquietudes sobre el mantenimiento de la homeostasis social de la isla. Ese equilibrio dinámico entre la euforia del espectáculo y la responsabilidad comunitaria.
Más allá de la logística, lo verdaderamente valioso es el mensaje que emana de la actuación de Bad Bunny. A través de cada concierto él no solo desafía, Bad Bunny habla de salud mental, diversidad y justicia social, recordándonos el poder de la música como agente de cambio. En el Coliseo de San Juan, Puerto Rico, su reconocimiento a la tradición taína, su agradecimiento a los voluntarios de los huracanes y su homenaje a los ritmos de nuestros abuelos reafirman el orgullo puertorriqueño que late en cada uno de nosotros.
Desde San Juan hasta la diáspora, el latido de nuestra isla se siente con fuerza. Cada bomba que resuena en un estadio de Miami, el Bronx o cada plena que vibra en un escenario europeo conecta a los puertorriqueños de todo el mundo, reavivando la esperanza de un pueblo que, a pesar de las tormentas, se reinventa y honra su herencia. Ese pulso indomable, entre aplausos y críticas, es el espíritu mismo de Puerto Rico, capaz de contagiar al mundo con su sabor, su ritmo y su pasión.